ANTROPOSFERA

El planeta humano

La Antroposfera

La historia de la antropología es la historia de una ciencia en continuo debate consigo misma, construyéndose, destruyéndose y reconstruyéndose continuamente. Cuasi filosófica y cuasi biológica. En permanente autocuestionamiento sobre su objeto de estudio, sobre su metodología sobre su ontología y sobre su epistemología.

A mediados del siglo XIX, admirados por los descubrimientos de la arqueología, deseosos de aplicar las nuevas teorías darwinistas y recelosos todavía con la idea de no haber sido concebidos por un creador omnipotente, surge la antropología moderna de la mano de dignos próceres occidentales, blancos y hombres que, desde sus sillones de piel noble, tomaron la decisión de que eran ellos y no otros, el culmen del progreso y que podían rellenar su línea evolutiva con esos seres tan exóticos que encontraban en sus colonias. Con esta convicción, inventaron rocambolescos estadios que unían esas etapas de su desarrollo. En la etapa inicial, al inicio de todo, situaron un matriarcado donde los hombres, incapaces de ligar cópula con procreación, descuidaban, no sus deberes como padres, sino como vigilantes de su estirpe. En esta etapa dominaba, tal vez producto de las estrecheces morales victorianas, la promiscuidad. ¡Alegría!, alegría!, que el mundo se acaba (o empieza).

Afortunadamente, el hombre tomó las riendas de la situación. Una vez acabado con el matriarcado, todo fue progreso. Si el hombre fue la cultura, la mujer era la naturaleza. Y el progreso era nuestra capacidad de domesticar a la naturaleza.

No tardaron mucho, sin embargo, en cuestionar el evolucionismo y el progreso. Fue  Boas quien hace temblar las bases del primer gran paradigma antropológico. Nadie puede juzgar al otro según sus criterios, porque cada cultura es fruto de sus circunstancias particulares. El relativismo cultural combate el etnocentrismo del que continuamente queremos, pero no podemos, desprendernos y nos convierte en el frente popular de judea, tan preocupados por la exquisitez particular de lo concreto y obviando el consenso fundamental de los universales.

Malinowski es nuestro Messi. Malinowski era tísico y enfermizo, porque nuestros genios son así. Ya no podemos elucubrar sobre el funcionamiento de los grupos humanos desde nuestros sillones de sabios. Ahora tenemos que imbuirnos de su cultura, aprendiendo su idioma y viviendo entre ellos durante años. El sagrado trabajo de campo que nos convierte en disciplina científica, asienta las bases de la alteridad. Tenemos la manera científica de estudiar a los otros.

Incapaces de explicar las sociedades a través de sus estructuras intentaremos hacerlo a través de sus procesos. Lo que cohesiona las sociedades no es el mantenimiento de sus instituciones, sino el dinamismo de sus conflictos. Con la descolonización nos dimos cuenta que, en nuestro afán por tratar a los seres humanos como objetos de estudio, los habíamos deshumanizado; pretendiendo acercarnos nos habíamos convertido en partícipes del control que los imperios coloniales ejercían sobre ellos, y ahora, renunciando a ellos, nos quedamos sin objeto de estudio. Hay que volver a refundarse. Bravo.

Siendo una disciplina que fagocita su propio objeto de estudio, lo hace con sus primitivos, lo hace con sus estructuras de parentesco, de nuevo se ve auto incitada a reinventarse a través su nuevo objeto imaginado: la cultura. La cultura ahora es todo aquello simbólico que une a los grupos humanos. A través de los significados de sus acciones se reconocen y los reconocemos. Todas las fronteras de lo simbólico son tan permeables y tan difusas que no somos capaces de interpretar un grupo o una identidad sin reconocer en la misma significación infinidad de excepciones.

Y en todo eso pensamos los antropólogos cuando nos preguntan por nuestra disciplina. Cuando alguno, ducho en la etimología de las palabras, atisba el “estudio del hombre” como aquello que nos inquieta. Nosotros, incapaces de explicarnos, incapaces tan siquiera de sintetizar todo esto, sabiéndonos incapaces incluso de ponernos de acuerdo entre nosotros, porque incapaces somos de abandonar nuestro relativismo, no podemos encontrar el modo de dar explicación a nuestras preocupaciones intelectuales. Nigel Barley explicaba el bongo-bonguismo como la capacidad de cualquier antropólogo de encontrar una tribu, por remota que sea, capaz de ser la excepción de cualquier universal. Y nosotros somos los reyes del bongo-bonguismo porque lo importante de nuestra disciplina no es la meta. Es el camino.

Bienvenidas y bienvenidos a la antroposfera. Esa capa del planeta tierra construida con el simbolismo de las acciones de sus habitantes. Nunca un mundo imaginado produjo efectos tan reales.




Nuestros precursores

"Desde los cinco años hasta los veinte solo enseñan a sus hijos tres cosas: a montar a caballo, a disparar el arco y a decir la verdad". Heródoto sobre los persas


contacto:  fedecolet@antroposfera.com